lunes, 3 de diciembre de 2012

Sofía

Nos ubiquemos en una ciudad cualquiera, de un país cualquiera, de un lugar cualquiera.
Así empieza la historia. Una chica cualquiera, de identidad cualquiera y religión cualquiera escribe en la primera escena. Una habitación fría, de paredes despejadas y tan solo ella.
Hay una cama con algunos almohadones encima, unos peluches y un sillón rojo con una manta blanca por encima; al lado de éste se haya una pequeña biblioteca con varios ejemplares que, además, sostiene una canastita de manzanas tan rojas como el sillón.
Frente a la silla en la cuál ésta chiquilla reposa, se divisa un escritorio con algunos papeles y 2 o 3 porta lapices sobre él.  Ella escribe con trazos torpes y apurados. La hoja se baña en tinta y lágrimas. La chica llora. El cielo, al verla así, también.
El lápiz recorre la hoja caprichosamente y reposa en el punto final. Sofía pliega la hoja y la deja en el escritorio junto a una cadenita de oro y un par de escarpines morados.
Sofía, es el nombre perfecto para ella, inestable como la niebla.
El cielo continúa soltando lágrimas que entristecen la ciudad.
Sofía sube las escaleras y pasa el umbral de la puerta de la terraza dejándose llevar por el viento y el llanto  del manto gris que cubre el poblado.
Llega al destino que buscaba, al punto mas alto, al borde del abismo, se asoma y se dispone a darle fin al sinsentido en el que vive.
El cielo llora con mayor intensidad, y sus gemidos, truenos delirantes, resuenan cual grito ahogado en el seno universal.
Sofía da un paso, el viento sopla en su contra intentando que retroceda y se enreda en su cabello infinito, da otro y un trueno ensordece a la ciudad, uno mas y su vestido blanco flamea en señal de que pronto estará en paz.
Pero algo la detiene, algo hace que se pare en seco, palidezca y vuelva sobre sus pasos.
Allí, abajo, se escucha, un niño llora; llora de hambre, de frío y de soledad.
Sofía corre desesperada hasta el sitio en donde han abandonado al pequeño. Lo mira y lo ve tan pequeño y frágil  lo levanta con delicadeza como si ese tierno cuerpesito fuera a romperse, lo acomoda entre sus brazos y lo estrecha contra su pecho en un interminable abrazo.
El pequeño calla y parece estar absorto por el sonido del corazón de esa mujercita.
Sofía comprende en ese mismo instante  que su hijo no la abandonó, solo subió al cielo a jugar con los angelitos y al verla tan desolada le envió a ese rayito de luz que vendría a solventar ese dolor que le dejo la noticia que le dio el doctor y a recibir todo el amor que Sofía iba a darle al angelito que se fue.
El llanto del bebé había llegado a lo más profundo de Sofía esa tarde gris, estremeciendo todo a su paso y había plantado una esperanza en ella desde el primer sollozo que escuchó.

Algunas personas están predestinadas a estar juntas para salvar sus 
vidas mutuamente...
Jouper.-

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