lunes, 18 de agosto de 2014

Moraleja

A veces la vida te pone en frente a un chico con campera roja.
Un chico que logra distinguirse de cualquier otra persona que esté en ese mismo lugar y momento. Te llaman la atención sus ojos, sus movimientos, su sonrisa, incluso ese lunar que se dibuja en su mejilla derecha. De pronto dentro tuyo han colapsado todas las respuestas y te encuentras mirándolo fijo sin que nada mas atraviese tu cabeza. Tu corazón late fuerte, tus pómulos se han sonrojado y tus ojos no saben en donde enfocarse, porque de pronto te has dado cuenta de que está mirándote también.
De alguna forma u otra averigua tu nombre, un día comienzan a hablar, otro deciden encontrarse y para cuando te das cuenta ya han pasado cuatro meses. Empiezan a salir, disfrutan cada momento, ríen, se miran, se besan, se sienten, se aman. El tiempo pasa volando entre ambos y ni siquiera se dan cuenta, dos meses de noviazgo.
Las cosas ya no los sorprenden como antes, muchas actitudes los han decepcionado, ambos intentaron cambiar en vano porque jamás supieron que era lo que realmente le molestaba al otro. Intentaban seguir juntos pero sin ganas, la vida igualmente ya había decidido que no debían estarlo.
La relación ya se había desgastado, no todo estaba perdido pero no querían intentarlo, o quizá él si pero por miedo no lo hizo, o quizá simplemente no; quizás ella quiso, pero él no la dejaba, o la situación lo complicaba, o había perdido fuerzas y esperanza.
Sea cual fuere la situación las cosas ya estaban dichas, cada uno tomo su camino.
Ella siguió, al principio no fue fácil, pero nunca olvidó que su vida seguía. Día a día sus sentimientos por él irían perdiendo fuerzas, pero sabía que no lo olvidaría, tampoco quería hacerlo... ¿Por qué? Simple, porque lo había amado, porque con él vivió hermosos momentos, porque también habían peleado, porque compartieron muchas cosas y porque le faltaron muchísimas mas por compartir, porque lo tuvo, porque no lo volvería a tener, porque fueron dos, luego uno y ahora eran dos de nuevo, porque se había enamorado de sus ojos, de su sonrisa, de su lunar, de sus gestos y porque había odiado sus silencios, su introversión, sus pocas ganas, sus formas. No quería olvidarlo porque fue parte de su vida, una parte que llenó su corazón por momentos y que le dejó un vacío luego, pero que también la hizo feliz y esa era una buena razón para no olvidarlo.
Ella siguió su vida feliz, llevandoló en su recuerdo, agradeciéndole por muchas cosas y detestándolo por algunas otras, pero principalmente agradecida por las enseñanzas que la vida le dejó cuando le puso en frente a un chico con campera roja.

Moraleja: No apartes la vista cuando la vida te ponga en frente a un chico con campera roja y cuando éste se vaya agradece a la vida lo que te enseñó. Ah! y no lo olvides, jamás olvides.-
Jouper.-

No hay comentarios:

Publicar un comentario